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DESIERTO

 Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando por el desierto

(Lucas 4, 1)

Ἰησοῦς    δὲ   πλήρης  πνεύματος ἁγίου  ὑπέστρεψεν    ἀπὸ    τοῦ

  Jesús   pero   lleno    de Espíritu   santo   volvió atrás   desde  el

Ἰορδάνου, καὶ         ἤγετο       ἐν τῷ πνεύματι ἐν τῇ  ἐρήμῳ

  Jordán       y    estaba siendo conducido en  el    Espíritu  en el desierto

El desierto es un lugar simbólico para el pueblo de Israel, y en tiempo de Jesús el desierto era lugar propicio para expiar las penas (chivo expiatorio, ver Lev 16, 5-8) y prepararse para una misión espiritual, recordemos donde vivía Juan el Bautista (Mt 3, 1-3; Mc 1, 3-4; Lc 3, 2; Jn 1, 23).

Jesús recorre el mismo camino que juan el bautista (Juan Bautista vivía en el desierto de Judea, Mt 3, 1-3; Mc 1, 3-4; Lc 3, 2; Jn 1, 23), pero en sentido inverso: del Jordán al desierto. En el desierto el Bautista escuchó la voz de Dios; mientras que Jesús oye la voz del diablo. Por tanto, el valor simbólico del desierto no es unívoco: puede ser positivo o negativo. El desierto es el lugar desconcertante, en donde el individuo (o el pueblo) puede experimentar a Dios o las fuerzas oscuras.

Durante cuarenta años anduvo el pueblo de Israel errante por el desierto, antes de entrar en la Tierra Prometida (Dt 8,-4); etapa esta de la historia de la salvación en la que Yahvé va formando al pueblo elegido (1 Co 10, 1-11). En las Sagradas Escrituras se mencionan varios desiertos, entre ellos, el del Sinaí, el Négueb, el de Sin, el de Judea, etc.

En la historia de salvación, el camino del pueblo por el desierto, durante cuarenta años, tiene un significado trascendental. A ese “desierto”, a partir del “éxodo” y del camino hacia la tierra prometida, hará referencia toda la historia bíblica. Allí Dios ha declarado que “su pueblo” es su propiedad esponsal (Deut 7,6; 26,18); por esto le manifiesta su voluntad (la ley) y establece con él una Alianza (Ex 24).

En el “desierto” Dios “recuerda” y renueva la Alianza “le llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Os 2,16; cfr. Jer 2,2). Para adentrarse en este desierto del corazón, como momento de iluminación, es necesaria una actitud de “éxodo” (purificación) y la tendencia o deseo de unión (perfección). Es, pues, una dinámica de historia salví­fica que parte del pasado y transforma el presente en marcha hacia una plenitud futura.

El desierto era lugar de separación del mundo, mientras que a las ciudades se veían como espacios de la proliferación del pecado, el desierto era el lugar de penitencia y expiación. Prueba de esto no es solo la manera de vivir del Bautista, o el inicio del ministerio público de Jesús. El deseo de purificación generó entre los judíos del siglo I una difusión sorprendente de la práctica de ritos de purificatorios (como el caso de las piscinas y estanques rituales, ver Jn 9, 1-7) y la aparición de movimientos bautistas. La conciencia de vivir alejados de Dios, la necesidad de conversión y la esperanza de salvarse en el “día final” llevaba a no pocos a buscar su purificación en el desierto. No era Juan el único. A menos de veinte kilómetros del lugar en que él bautizaba se levantaba el “monasterio” del Qumrán, donde una numerosa comunidad de “monjes” vestidos de blanco y obsesionados por la pureza ritual practicaban a lo largo del día baños y ritos de purificación en pequeñas piscinas dispuestas especialmente para ello.

Lo realmente novedoso en el bautismo de juan es el hecho de que se bautizaba una sola vez, mientras que los demás movimientos religiosos implicaban una purificación repetitiva, y otro aspecto es el hecho de que se lavaban a sí mismos, mientras que Juan se muestra con la autoridad para bautizar a otros (de allí se entiende que para Cristo es necesario que Juan le bautice)

Volviendo al desierto, Juan se ubica en el Jordán pero del lado este, es decir, del lado del desierto, del lado oeste estaba Jericó, en el lugar preciso en que (según la tradición) el pueblo conducido por Josué luego de la muerte de Moisés (unos 13 siglos antes aproximadamente) había cruzado el rio Jordán para entrar en la tierra prometida (Josué 4, 13-19). Por lo cual la intención de juan es colocar al pueblo en el desierto, a las puertas de la tierra prometida, pero fuera de ella. La nueva liberación del pueblo de Israel debía comenzar allí donde había iniciado. El Bautista llama a la gente a situarse simbólicamente en el punto de partida, antes de cruzar el rio. Lo mismo que la primera generación del desierto, también ahora el pueblo ha de escuchar a Dios, purificarse en las aguas del Jordán y entrar renovado en la ciudad santa.

Viendo este significado, la cuaresma inicia recordándonos el desierto, no como solo lugar de aridez, sino sobre todo de purificación, de reinicio, de renovación. Momento de encontrarnos con Dios estando en la soledad (y tu padre que está en lo escondido… Mt 6, 1-6).

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